Fotografías facilitadas por el restaurador Benjamín Domínguez de la talla. EFE |
Una talla del siglo XVI de Sevilla a la que se da culto como Santa Lucía no es ni mucho menos una santa, ya que en su origen era San Juan Evangelista, cambio efectuado en los años 30 del siglo XX durante una restauración de la pieza, adscrita a la capilla del Dulce Niño Jesús.
La talla, de rostro pálido y de madera, forma parte de un retablo del escultor salmantino Juan Bautista Vázquez El Viejo, al que fue atribuida la obra por el restaurador sevillano Benjamín Domínguez y por el historiador Jesús Porres en 2007.
Según ha explicado Domínguez, en el archivo de Protocolos Notariales de Sevilla se puede encontrar el contrato del encargo con el escultor salmantino, pero el retablo era para un San Juan, y los expertos se encontraron con una Santa Lucía, aunque con figura propiamente de varón y corte masculino.
Además, la talla exhibía los colores propios de la representación del evangelista, mantolín rojo y vestiduras verdes, pero con una cara femenina y pelo castaño, que originariamente había sido dorado, por lo que los investigadores concluyeron que se encontraban frente a un San Juan reutilizado.
El cambio vino por el establecimiento en la capilla de la sede de la ONCE, ya que Santa Lucía es la patrona de los invidentes por lo que al no tener una figura femenina decidieron aprovechar lo que tenían.
La imagen está siendo restaurada en la capilla sevillana, sede de la Hermandad de la Vera Cruz, mide 1,20 metros, fue dorada con oro fino de 24 quilates y lleva varias restauraciones a sus espaldas, una de ellas de dudosa eficacia.
Según el restaurador, aunque no tiene nada que ver con la restauración del Ecce Homo de Borja, la imagen fue repintada en los años ochenta con purpurina de papelería que tapa la pintura original, material que metódica y profesionalmente Benjamín Domínguez va retirando para descubrir la policromía original.
El trabajo intenta respetar el original, ya que, según Domínguez "una restauración es aquella que no se nota" y trata de reintegrar en la obra los colores o partes que por el paso del tiempo o por la acción humana han desaparecido.
En el caso de esta imagen, la restauración, que durará aproximadamente unos cuatro meses, tendrá que recomponer los dedos y rellenar con estuco los pequeños huecos que el paso del tiempo ha dejado sobre su manto, pero además deberá incidir sobre su identidad: o conservar a Santa Lucía o recuperar la identidad de San Juan Evangelista.
La decisión será tomada a última hora, ya que en este momento el restaurador se centra en retirar capas de purpurina, que se aplicaron en los años ochenta, para poder reintegrar posteriormente las zonas perdidas con acuarela.
El color se aplica de forma que pueda ser discernible y que el ojo humano pueda ver a poca distancia en qué punto se ha restaurado y pueda diferenciar la zona original de la que no lo es.
La primera parte en la restauración es el estudio detallado de la obra, la obtención de la documentación, autor, fecha, materiales y la realización de fotografías y radiografías para saber cuántas capas hay, ya que una vez que se retire algo, será información perdida.
Los materiales, según Domínguez, deben de ser reversibles y lo más respetuoso posible con la naturaleza de la obra, como la cola animal y las acuarelas.
Para levantar las capas o barnices estropeados se utilizan disolventes, que van desde productos químicos complejos hasta el agua, pasos que son lo último del proceso.
Posteriormente comienza la conservación, un trabajo continuo y cíclico durante toda la vida de la imagen para garantizar la perpetuidad del patrimonio histórico y artístico.
Evitar pasar por el taller en cien años es relativamente sencillo para este tipo de piezas, ya que una limpieza estacional y la estabilidad en la temperatura y la humedad pueden conservar la imagen en perfecto estado durante años.
Fonte: EL Mundo
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